Nido vacío
Llegó en invierno a la rama más firme del árbol, siguiendo un triste trinar que llamaba a su nombre.
Recordaba su hermosa apariencia cada vez que le vio, desde lejos, volar sin rumbo fijo. Siempre había creído que era el ave más hermosa del bosque cubierto de nieve, en contraste con él, que era oscuro e insignificante. Su afirmación de belleza no era resultado de compararla con las demás criaturas, sino porque le quitaba el aliento cada vez que pasaba cerca, y ser destino de aquellos fugaces cánticos que lo atrapaban como una letanía o un olvidado conjuro.
De a poco se fue acercando a su nido, desprolijo y a medio terminar, que apenas la mantenía a salvo de la lluvia y el frío, pero que prometía desde la distancia un lugar que sería cálido y acogedor una vez completado.
Fue ganando su confianza cada día, respondiendo al principio tímidamente a sus entonaciones.
Como decidió ser detalladamente cuidadoso, continuó ayudando a crecer el nido que la protegía, y además esperanzado en que algún día haría mella en esa muralla de fría distancia.
Cada día le llevaba la mejor ramita, flor u hoja que encontraba en su camino. Quería que tuviera el nido más lindo y tibio del lugar. Y ella lo aceptaba tímidamente y con cierta felicidad que disimulaba inconscientemente. Otras veces, a escondidas de ella dejado algo en su nido, escondido en su enmarañado tejido, para que ella jamás se diera cuenta pero contara con ello.
A medida que pasaba el tiempo y ganaba confianza, el pequeño negro pájaro decidió hacer su nido en la rama contigua al de ella. La rama era débil y se movía muchísimo con el viento y la tormenta, pero no quería invadir abruptamente la privacidad de aquella rama dónde se erigía ese nido que tanto le importaba.
Recordaba que “aunque la rama cruja, el pájaro seguirá cantado, porque aún tiene sus alas”, así que no temía cada vez que la tempestad sacudía el árbol.
De a poco el invierno fue cediendo al igual que la nieve se derretía, y la primavera se abría paso definitivamente.
Decidió ir a lo más alto de la zona, había escuchado que allí se hallaba el tesoro de la montaña. La más hermosa flor crecía en el risco más empinado, de difícil acceso. Pero quería verla sonreír, y sabía que esa flor se vería hermosa como último detalle del nido recién terminado. Sería una buena manera de cerrar la obra que tanto trabajo costó.
Voló con todas sus fuerzas hasta lo más alto que pudo, pero los vientos arremolinados le impidieron seguir más arriba. Aún así no se dio por vencido, llegaría a pie si era necesario. Así que tomó el camino a la cima y lo transitó saltando paso a paso. No importaba el esfuerzo, sino llegar.
Le tomó horas llegar al risco dónde se encontraba la flor prometida. Descansó por un momento antes de cortarla y emprender el viaje de vuelta.
La travesía le tomó varios días pero cumplió con su cometido.
Cuando estaba llegando a su nido con el premio prometido, pudo ver que la hermosa ave estaba con otro pájaro. Ella lo miraba con un brillo que sólo se reserva para quién tiene un lugar especial en nuestro corazón. De esa manera que el pequeño y oscuro oscuro pájaro quería ser mirado, de la misma manera que él la miraba a ella.
Ahí entendió que el hacer no puede con el ser. Por más que él hiciera jamás tendría los colores del plumaje de aquel que ocupaba el nido que protegió en invierno. Porque si el pájaro de colores pudo más unos días de primavera que él en todo un invierno, significaba que nada más quedaba por hacer.
Entonces fue sigilosamente, dejó la flor en el suelo, dió un último vistazo a dónde había sido su hogar éste último tiempo y se despidió.
Hay veces que uno debe enfrentarse a la verdad de donde tiene un lugar y dónde no.
De seguro ella lo extrañaría al principio, pero hay cosas que se superan con más facilidad que otras.
Se fue volando suavemente en la bruma que lleva a la oscuridad de la noche, solamente dejando atrás un nido vacío.
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